Todavía en los primeros días de mayo tenemos muy presente en la mente la celebración del primer domingo de este mes: es “el día de la madre”. Y los cristianos, celebrando la eucaristía, caemos en la cuenta de que es el domingo “del Buen Pastor”. Jesús, hablando con los que le rodeaban se definía a sí mismo de este modo. Yo soy el buen pastor que conoce a sus ovejas, y doy mi vida por ellas.
Las dos ideas sirven para esta reflexión. María, la madre de Jesús. Y Jesús definiéndose a sí mismo como el pastor que entrega su vida por las ovejas.
Recordamos todos los que nos sentimos ‘familia salesiana’ cómo están presentes los dos, Jesús y María, en la vida de Don Bosco, en el inicio de nuestra familia salesiana. Juan Bosco, con 9 años tan solo, tiene aquel sueño que le orientó para siempre su vida: debía hacer de los muchachos, muchos de ellos alejados de la voz y el cuidado, fieles corderos del rebaño del Buen Pastor. Como le parecía una empresa difícil, recibe una ayuda inestimable: “Yo te daré la maestra”.
Y será la Virgen, la Consolata, la Inmaculada, la Auxiliadora, la que anime, inspire, acompañe siempre el trabajo, la entrega, los cuidados sin medida, de Juan Bosco, sacerdote entregado por completo a los jóvenes, sobre todo los más pobres de su ciudad, de su tiempo, y luego del mundo entero, ayudado también por los que se le unirán en su entrega pastoral de por vida.
Ella, María, la Madre de Jesús, es también nuestra Madre, porque así lo quiso él cuando estaba entregando su vida en la cruz. Honramos, veneramos, amamos a la Virgen. Es nuestra Madre del Cielo. Así nos lo ha transmitido Don Bosco.
José Manuel Prats, párroco